EL FLUIR DE LA VIDA EN LA CIUDAD DE DIOS DE LA GLORIA

"Parece como un misterio", dice la hermana Lucila, Carmelita Misionera Chilena que ha venido a visitarnos junto con Jacinta, Carmelita Misionera de la India. Éstas hermanas han pasado dos días con nosotras, saboreando la presencia de Dios en lo cotidiano y les ha tocado vivir varias experiencias del día a día.

En la mañana de ayer, vino Juan Carlos con su familia para recibir el cursillo de bautizo; almorzaron con nosotras y mientras los padres y padrinos estaban en la charla que dieron las hermanas Maria del Carmen y Lourdes, las demás cuidamos a Santiago con alegría. Pero al mismo tiempo, vinieron tres de las aspirantes a nuestra comunidad y luego llegó Sebastian; un niño de 8 años que se encontraba solo y no tenía llaves de su apartamento; aquí en Nazareth encontró acogida. Mientras comía, expresaba su agradecimiento porque se sentía protegido, "aún mejor que en mi casa", según sus propias palabras. Pero luego llegó Rubiela, una mujer que vive en la calle; también comió con nosotras y para todos hubo comida. Yo hice almuerzo pensando en diez personas que estaban previstas, pero sin embargo comimos veinte y sobró. Fué algo muy particular: parecía crecer el contenido de la olla; servía y servía y no se agotaba el alimento. Las hermanas dijeron: "Como la multiplicación de los panes".


Fue todo muy hermoso. Llegada la hora de la oración a las cinco de la tarde, fuimos a rezar vísperas en nuestro oratorio que, aunque pequeño, dijimos: "como somos pocas, aquí cabemos" y empezamos nuestra liturgia las seis hermanas que estábamos más Natalí, una de las asparintes y Alison, otra otra de las jóvenes. Cuando ya empezábamos el rosario, fueron llegando otras personas de los apartamentos; incluso, una vecina; asi que nos tocó ampliar la capillita y al calor de Nazareth oramos juntas. Luego, nos fuimos todas a la Eucaristía. Así es un día en la Ciudad de Dios de La Gloria.


El día anterior, había venido la Hermana Ángela Mejía, desde el Ecuador. Ella miró todo con admiración y compartió también con nosotras llena de gozo con esta Ciudad de Dios; pero entre las cosas inesperadas, le tocó ver una pelea entre dos jovenes, aquí frente a nuestro apartamento. Salimos a ver lo que pasaba y nos tocó conciliar; dialogar con ellos hasta llevarlos a pedir perdón; Dios nos ayudó y todo se solucionó.


Desde la compañía, la presencia y la ayuda del Señor cada día, en medio de lo cotidiano, lo ordinario de la vida se convierte en extraordinario. Sí, Nazareth es el lugar donde aprendemos a despojarnos del poder y volver a lo esencial. Tal vez a estar detrás de la cortina; los protagonistas son los pobres. Y quienes les ayudamos sentimos la alegría de poder entregarles nuestras vidas y gozar además, con cada detalle; como cuando llegó la donacion de las doscientas sillas y veinte mesas. También la valla grande para colocar en la portería con el gran letrero de LA CIUDAD DE DIOS DE LA GLORIA.


Hna. Gloria Anaya