La Verdadera Riqueza Del Pobre

“Cristo, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”

Cuando hablamos de pobres o pobreza, casi siempre pensamos en personas carentes de recursos económicos; es decir, le damos un sentido sociológico. Sin embargo, hay otra pobreza que es una verdadera riqueza.

 

El verdadero pobre, hablando desde el sentido evangélico, es aquel que se descubre: de una parte, necesitado; pero de otra, amado por Dios y dotado de ciertas cualidades y realidades que Dios le confía; las conoce, las valora y las pone al servicio de los demás.

Es por eso que en casa de los pobres verdaderos todos son bienvenidos. Siempre hay acogida, incluso alimento aunque sea escaso. Todo se comparte. Se disfruta lo que se tiene y se está agradecido con Dios. Éstos pobres, generalmente viven unidos al Señor, lo experimentan y lo perciben en su diario vivir.

Como nos acercamos al pobre en la Ciudad de Dios

1-      Trabajamos mucho para conseguir el bienestar de los pobres. Buscamos ayudas para asistirlos y procuramos estar cerca de ellos.

2-      Nos hemos venido a vivir con los pobres. Ellos y nosotros hacemos la vida juntos: construyendo, soñando, trabajando, orando. Formamos una pequeña gran familia.

3-      Intentamos vivir como los pobres y asumir las categorías de la riqueza de los pobres. Es decir, siendo cada uno lo que es y poniéndose al servicio de los demás. Nos descubrimos necesitados de los demás, a la vez que nos donamos a ellos pues nos necesitan.

Quienes y como vivimos

Compartimos la vida de igual a igual, cada uno como lo que es y lo que Dios ha querido hacer de él o de ella.

Veamos quienes somos: empecemos por Segundo, el mayordomo, que no es un trabajador más; es nuestro hermano; nos alegra verlo cada día, saludarlo, compartir con él y con su familia. Lo necesitamos. Su disponibilidad, su inteligencia, esa capacidad de hacer todas las cosas bien, el servicio que presta.  Es el que arregla todo lo que se daña. Nos habla constantemente de tener paciencia y aceptar las cosas como se van dando, sin alterarse. Lo que se dañó o salió mal, lo vuelve a comenzar  sin angustias ni protestas; siempre con serenidad, alegría y paz, disponibilidad y amor.

Necesitamos a Segundo y él nos necesita. Su esposa, Rosibel, fue tocada por la enfermedad, pero entre todos hemos  procurado su salud y bienestar. Las hermanas le siguen dando empleo y consideración como parte de la familia.  Amamos a sus hijos, Mariana y  su hermanito Alejo quien ha cumplido tres años.  Él llega con toda confianza a nuestra casa, entra a buscarnos y a pedirnos dulces,  a contarnos alguna de sus fantásticas historias,  o algo que le sucedió.  ¡Son de nuestra familia!

Myriam, es la señora que prepara los alimentos; no es una cocinera o trabajadora más; es ella la que nos hace el almuerzo a todos y cocina con amor para los abuelitos. Su trabajo es importantísimo, así como el de Consuelo, la enfermera.   Isabel de sonrisa cariñosa con sus niñas y su esposo (aunque al esposo no lo vemos mucho).  Martha con sus tres nietos, siempre atenta a ellos, goza con los piropos que todos hacemos a esos niños tan bonitos y especiales.   Rebeca, tan generosa siempre y su manera de ser, tan de ella, que ya todos asumimos.  Liliana y sus dos niños, cada una de las hermanas y sus infantes de la casita Petit Belen que se suman a los bebés de la guardería Santa Teresita y a los innumerables niños del Jardín del Niño Jesús quienes con su alvorozo,  frenéticos en sus caballos de palo, llenan la plazuela de alegría y vida.  Don Antonio y su esposa Elizabeth, siempre dispuestos al servicio, anteponen a sus necesidades, las necesidades del otro; no se les conoce la palabra NO. Inesita con su extraordinario carisma frente a los abuelos, pródiga de amor para ellos.  También la Comunidad de los tres frailes ... (he vivido en varias casas con muchos hermanos a quienes he querido y valorado. No obstante, cuando ellos han sido trasladados, los he despedido con naturalidad y ovbiamente  les extraño; sin embargo, estoy convencido que si uno de los tres frailes de la Ciudad de Dios:Wilson, Jairo o mi persona, llegáramos a faltar…sería muy duro, muy difícil;  nos concebimos como uno solo, cada uno haciendo parte de la vida de los otros. Nos necesitamos y nos queremos, aún siendo tan diferentes los tres). 

Y cada uno de los abuelitos también es parte de nuestro ser; son mi familia y nuestra familia. Todos somos una familia, con sus limites normales, pero todos somos igualmente importantes; cada abuelito, cada niño, todos tienen un lugar único en esta Ciudad de Dios. Todos aportamos y todos recibimos; todos somos pobres y a la vez ricos. Hemos lamentado  el regreso a la  casa del Padre, de Dioselina; sí, la vemos en su imagen de alegre tejedora de muñecas, siempre de color fuxia  con las que gozaba y donaba aquel gozo a cuanto niño o visitante la admiraba.  ¿Y cómo no nos va a enternecer Susanita, con sus más de 103 años vividos en la serenidad y paciencia?  Así también Balvina cuando, para alegrar  su carácter y pasar su alegría a los demás, se daba a la composición de poemas, dichos y trobas que ella misma recitaba y se celegraba antes de que le dieramos los aplausos? Cómo fueron de dichosos sus 97 años cumplidos;  Aparece Rosarito, la siempre bien puesta, con sus vestidos de colores y su gorro, siempre nerviosa y necesitada de la compañía de los otros; Zoilarosa tan agradecida con Dios y con nosotros por tenerla en la Ciudad de Dios.  Eustorgio, el campesino limitado y sin amor, pero que aquí encontró el afecto de esta su familia.  Estanislao también con otra historia: encontrado abandonado en un sótano helado en compañia, apenas, de los musgos que produce el frio y la humedad.  Pero aquí llegó a un renacer y que beneplácito sentimos cuando lo vemos tan animado al cuidar las hortalizas del huerto de las hermanas.  Y Edgar, viajero por todo el mundo, lector incansable, el más joven de todos y sin un lugar dónde ir a morir; vendía lotería en un pueblo vecino y lo dejaron en la Ciudad de Dios los de la alcaldía con el compromiso de responder en todo por él; ésta promesa no se ha cumplido, pero igual lo acogimos en nuestra familia y  nos hace falta verlo echar  agua sobre las matas desde las 5:30 a.m o ir a la gruta de la Virgen para llevarle comida a los pájaros todas las mañanas.  Otra historia es la de María, campesina de Iguaque, que vivió más de 40 años en Estados Unidos y le dijeron que para volver a Colombia no podía traer el dinero que con tanto esfuerzo había ahorrado; su amor a la patria le hizo entregar ingenuamente sus dolares a quienes ahora los disfrutan.  Ella camina todo el día y vive alegre entre nosotros; feliz, porque entre otras cosas,  ya está aprendiendo a firmarse, pues llegó sin saber leer ni escribir. 

Marcelina, con su gran sencillez, su religiosidad, su amor al Señor y a la Virgen;  cada domingo nos ayuda a hacer las empanadas y forma parte del Carmelo Seglar.

Cada uno de ellos es nuestro. Celebramos la eucaristía juntos, festejamos los cumpleaños, vivimos en armonía. Esto sin tener en cuenta a todos nuestros abuelitos que han muerto, cada uno tan especial: Marcelino, Ana Elvia, don Manuel, Nievitas, Tránsito, etc etc.

No me olvido de las Carmelitas Laicas de San José tan dispuestas a la atención para los visitantes de la Ciudad de Dios; valoro su compañía en las horas de oración liturgica que hacemos los frailes en nuestra capillita.  Así también la   Comunidad de religiosas del Carmelo Apostólico, de origen francés; cada una de las hermanas que han pasado por la Ciudad de Dios... son tan importantes; aún las que no han tenido la posibilidad de comunicarse fluidamente a causa del idioma, como por ejemplo María Reina, que con habilidad se hacía entender a través de gestos y con ellos demostraba que para el amor, la cercanía y el servicio, no hacian falta los códigos verbales.  Todas han tenido y tienen un lugar en nuestro corazón y nuestra vida.   

Un día apareció una señora rica; enferma, con bronquitis, sin un peso en efectivo, aunque con propiedades que no había podido vender. Estaba sola y sin familia, con muchos y variados sufrimientos. Desconsolada llegó a la Ciudad de Dios donde encuentró la alegre sorpresa de que también éste era un hogar para ella; capilla para orar y gente que la quisiera. Aquí se encontró con el Señor y se sintió amada por Él y por todos a tal punto, que dice ser ésta la mejor experiencia de toda su vida.

El verdadero pobre en el Señor, el pobre de espíritu, está contento y agradecido de su pobreza, porque descubre en ella grandes posibilidades y alternativas. El rico quiere tener y acaparar y nunca está satisfecho. El pobre está contento con lo que Dios le ha dado y a la vez se descubre necesitado de donarse a los demás.

La grandeza del pobre verdadero está en ser feliz y hacer felices a los demás. Al igual que Cristo, quien se anonadó y nos enriqueció con su pobreza porque esa pobreza era verdadera riqueza. Yo mismo he descubierto, que mi verdadera riqueza es mi pobreza; a través de ella, Dios abre siempre caminos nuevos y por ellos conduce mi vida y mi vocación con  armonía y plenitud.

Gracias Señor por la felicidad tan honda y real que nos regalas al traernos a vivir en la Ciudad de Dios.

Fray José Arcesio OCD