SOMOS EUCARISTICOS. VIVIMOS DE LA COMUNIÓN

Uno de los puntos de nuestra espiritualidad es la vivencia de la Eucaristía.

Desde el inicio de la Comunidad y de esta experiencia en la Ciudad de Dios hemos vivido profundamente el amor y la comunión eucarística. Sentimos que es la esencia de nuestra vida y en Jesús Eucaristía hemos encontrado luz, fortaleza para el camino y alimento permanente.

Somos seres eucarísticos, vivimos de la Eucaristía, somos almas de comunión.

El cristiano que ama a Cristo no puede menos que ser “alma de Eucaristía”  ya que es Jesús eucaristía quien le alimenta y santifica.

El contacto diario y permanente con Jesús Eucaristía va transformando nuestra vida, de tal manera que a lo largo de la jornada vamos viviendo en concreto la eucaristía celebrada en comunidad por la mañana y transformada en experiencia de contemplación, fraternidad y servicio a lo largo del día.

Nos hacemos uno con Jesús al recibirlo sacramentalmente. Este gran misterio nos lleva a abismarnos, a sumergirnos, a engolfarnos en sus profundidades, haciendo que nuestra jornada transcurra en la presencia de Dios y en adoración interior. Permanecer en Jesús, de manera consciente,  la mayor parte del tiempo posible, es tarea primordial para un carmelita laico de san José. 

Jesús nos enseña: “ El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 52-59)

Nuestro alimento es el Señor.  Por medio de este alimento  habitamos en Él, en su corazón misericordioso, y le ofrecemos un sagrario viviente para que Él habite y se comunique a través de nosotros con el mundo. Vamos construyendo con Jesús la eucaristía en la medida en que nos donamos en amor y servicio. Sentimos que es Jesús quien ama en nosotros pues se ha transformado en nosotros y nosotros en él al recibirlo sacramentalmente y esto nos hace lanzarnos serena y activamente a vivirlo en el sacramento de la fraternidad y el servicio a los hermanos, a los de  la comunidad y a los que nos visitan, a los pobres y a los ricos, a los niños y los jóvenes, a todo el que se nos acerque pues sentimos y creemos que en cada persona Dios se aproxima a nosotros y nos pide un poco de amor, atención, escucha, acogida, servicio. Viviendo eucarísticamente nos sentimos arrastrados a servir a los más pobres, a aquellos que física y humanamente son más necesitados, sin olvidarnos  de aquellos otros, que podrían ser más pobres que  los pobres, es decir, los que no tienen a Dios en su corazón, o al menos no lo profesan y reciben de manera consciente. Con nuestro amor, acogida y cercanía les comunicamos y ayudamos a experimentar  la presencia de Dios.

Al comulgar, Jesús se hace uno con migo y también con mi hermano. Por eso vivimos en Comunión de vida teniendo a Jesús como centro de nuestra existencia. Es necesario cuidar con gran celo esa presencia eucarística que engendra la comunidad y hace que seamos uno en Él. La fraternidad no surge de la empatía y los gustos compartidos, brota del misterio de comunión con Jesús y en Jesús. Es Él el que construye nuestra fraternidad ayudado por nuestra disposición y colaboración para que la unidad permanezca entre nosotros: “Padre, que todos sean uno como tú y yo somos uno” (Jn 17,21). “Todos sois uno en Cristo Jesús”. (Gal 3,28)

Dicen las constituciones de los Carmelitas Descalzos “Nuestra vocación es fundamentalmente una gracia, que nos impulsa, en una comunión fraterna de vida, a la “misteriosa unión con Dios” por el camino de la contemplación y de la actividad apostólica indisolublemente hermanadas al servicio de la Iglesia” (Constituciones OCD 15, b). Estas palabras se aplican perfectamente a nuestro estilo de vida.

Nuestra comunión es trinitaria. La plenitud de vida que existe entre las tres divinas personas de la Trinidad, es comunicada a cada miembro de la comunidad y a todos, haciendo que el sueño de Jesús se haga realidad: “Padre, que todos sean uno como nosotros somos uno” “ y así el mundo crea”. “Yo en ellos, tú en mí, para que sean perfectos en unidad.” (Jn 17,23)

“Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mí” (Jn 17,45). Estar con Jesús, ser en Jesús, vivir con Jesús y para Jesús es el origen y fundamento de nuestro estar juntos, de nuestra comunidad.

De esta comunión se desprende la vivencia del mandamiento del amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado; este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. (Jn 15,12)

Amando como Jesús nos hacemos hermanos en su amor.  Podemos amar a todos como amamos a Jesús e intentar amar como somos amados por Él. “En esto conocerán que son discípulos míos, en que se aman los unos a los otros”. (Jn 13,35)

Este amor no es romántico y teórico, es un amor encarnado en obras concretas, pues es un amor que tiene la convicción de que “no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Nuestro apostolado, nuestro servicio, brota de ese dar la vida por los demás, amando hasta el extremo como lo hizo Jesús.

La comunión eucarística nos lleva a hacernos Jesús otra vez y a darlo todo, a darnos totalmente, como respuesta a su amor y entrega ilimitada.

“Pretendemos realizar ambos servicios, el contemplativo y el apostólico, formando una comunidad fraterna. De este modo, fieles a la idea primitiva de santa Teresa de fundar una minúscula familia a imagen y semejanza del pequeño “colegio de Cristo”, gracias a nuestra comunión de vida basada en la caridad, nos convertimos en testigos de la unidad de la Iglesia”. (Constituciones OCD 15,e)

Solos no podemos, pero Él camina con nosotros y por eso estamos seguros de triunfar cada día y de llegar a la plenitud del amor. “He ahí que yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. El es nuestro alimento, es nuestra fortaleza y luz en nuestro camino.

Digámosle cada día “Señor, danos siempre de ese pan” y escuchemos en nuestro corazón sus palabras que nos dicen: “Yo soy el pan que da la vida: quien viene a mí no pasará hambre, quien cree en mí nunca tendrá sed”. (Jn 6, 35).

 

Fray  José Arcesio Escobar E. ocd.