EL CRISTO MUTILADO DE BOJAYÁ, NUESTRO JESÚS DESPOJADO

Tuluá, Valle, 13 de noviembre de 2018

Han pasado una réplica del Cristo mutilado de Bojayá por las manos de cada uno de los sacerdotes que participamos en el retiro espiritual llamado “Hospital de Campo”, en el que, además de nosotros, participan muchas víctimas y victimarios del conflicto armado en Colombia.[1]

En este encuentro se procura ante todo sanar las heridas del alma de tantas víctimas inocentes, porque aún los victimarios han sido inicialmente víctimas de un desangre permanente, de una hemorragia constante del alma de nuestro pueblo, sobre todo de nuestros campesinos limpios y buenos, inocentes y honestos, transformados de repente, casi sin darse cuenta, en asesinos de uno u otro grupo armado, al ser reclutados a la fuerza y a la fuerza obligados a aprender y participar en las atrocidades de la guerra.

Al recibir la imagen del Cristo mutilado de Bojayá y tenerlo entre mis brazos, sentí que ese era nuestro Jesús Despojado y que de ahora en adelante sería nuestro Cristo sufriente, quien nos acompañaria a lo largo de nuestro caminar en todas las Ciudades de Dios para ayudarnos en el proceso de sanación de todos los hermanos que sufren y acuden a nuestras Ciudades de Dios en busca del alivio de su ser cansado, enfermo, herido, violentado en sus derechos y falto de amor.

En Él veremos el rostro de nuestros abuelitos, de nuestros niños, y de las personas necesitadas de nuestro amor, de nuestra ayuda y compañía. El amor ayudará a cargarlo, a sostenerlo y sobrellevarlo. Nosotros intentaremos llevarlo a Él con amor en cada uno de los hermanos que sufren a la vez que, estoy seguro, Él nos cargará y nos llevará sobre sus brazos inexistentes, en esta imagen del Cristo de Bojayá.  Señor, desde ahora nosotros seremos tus brazos que acogen, que abrazan y que sanan; seremos tus pies que no te pueden conducir a los demás por cuenta propia, los pies que te lleven y aproximen a todos, especialmente a los que sufren y a los más necesitados. Ayúdanos a ayudarte y a curar tus heridas presentes, vivas y sangrantes en tu pueblo, que cada día va siendo víctima de la violencia y el desamor de muchos. En ti está puesta nuestra esperanza y nuestra confianza; en que juntos podremos construir una Colombia nueva, un mundo nuevo donde todos vivamos en paz, en armonía, en la reconciliación y el perdón verdadero que sólo se consigue en Ti y desde Ti. Permítenos ser tus Cirineos de hoy, los buenos samaritanos que salimos al camino para ayudar, auxiliar, recoger, vendar y sanar las heridas de tus hijos y de nuestros hermanos, sin necesidad de preguntarles para atenderlos, quiénes son, de dónde vienen, si han sido buenos o no, si han cumplido plenamente sus deberes o si se han equivocado. Que no nos importe el pasado de las personas para poderlos querer y ayudar; que veamos tan solo, en esos seres humanos heridos, tu rostro destrozado y tu cuerpo mutilado por el odio, el egoísmo y el horror de la guerra que se manifiesta de muchas formas y de manera insistente, día a día, en nuestra gente y en nuestro pueblo.

Seremos tus médicos del alma y que lo seamos también del cuerpo. Seremos tus enfermeros y camilleros en este campo de batalla que se ha abierto desde hace tantos años a causa del pecado y el desamor, de las venganzas y la violencia entre hermanos. Nosotros queremos aportar nuestra vida, nuestros esfuerzos y nuestro amor total para que muchos te conozcan, te amen y se dejen amar y sanar por ti. Somos tuyos, somos tus brazos y tus pies, y soñamos con ir a muchos lugares, acudir allí donde el desamor haya hecho su morada, para curarlos a todos, en tu nombre y con tu poder. Somos muy pequeños y frágiles, y es esa fragilidad y pequeñez la que te ofrecemos, Jesús Despojado, Jesús crucificado de Bojayá, para que tú transformes en fortaleza y bendición, nuestro estar juntos en tu nombre y nuestro intento de ser alivio para los que sufren. Ayúdanos a orar, amar y servir cada día, para que de esta manera tengamos todas las medicinas y herramientas necesarias para ser los médicos del amor, las enfermeras de la caridad, los auxiliares que escuchan desde el corazón y sanan el alma herida de los hermanos pequeños, pobres y maltratados. Sé nuestra fortaleza para que en nuestra debilidad también nosotros fortalezcamos a otros y les ayudemos a volver a creer, a volver a soñar y a hacer posible un cielo nuevo y una tierra nueva en este tiempo de gracia y bendición en el que vivimos.

Nuestras Ciudades de Dios son lugares de salvación y de misericordia; son lugares y experiencias donde Dios cura a sus hijos y les devuelve la dignidad de los hijos de Dios. Las Ciudades de Dios son hospitales de amor y de misericordia donde Dios nos cura con la terapia del amor misericordioso, aplicada a través de sus médicos y enfermeras que somos cada uno de nosotros, ya que Dios perdona en mí, ama en mí, escucha en mí, sana en mí y me hace canal e instrumento de su perdón misericordioso y de su amor que reconstruye personas, seres humanos, hijos de Dios. Que nadie se vaya de nuestras Ciudades de Dios sin haber experimentado el amor de Dios, su cercanía y su misericordia a través de cada uno de nosotros. Nuestro Cristo mutilado despertará nuestra conciencia y nos recordará a cada momento nuestra misión y nuestras grandes posibilidades de permitir un nuevo nacimiento, una nueva esperanza, una nueva primavera para Colombia y el mundo.

 

Fr. José Arcesio Escobar E., ocd

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[1]. El 2 de mayo del 2002, las Farc asesinaron a más de un centenar de personas en Bojayá, Chocó. Se escuchó el rumor de que las Farc y las Autodefensas querían tomarse el territorio. Cuando llegó la noche de ese nefasto día, toda la comunidad corrió a refugiarse en la capilla pues pensaban que el único lugar seguro sería la iglesia: nadie se atrevería a profanar el templo sagrado de Dios. Los ancianos y los niños se apiñaron en el altar, como queriendo brindarse protección mutuamente, en medio de su debilidad. Los paramilitares se ubicaron en el colegio del pueblo y las Farc, decididas a acabar con los paramilitares a cualquier precio, aumentaron la ofensiva. La gente del pueblo quedó entonces en la mitad de los dos fuegos cruzados, en la capilla, entre los dos frentes armados. A las 10:15 minutos de la mañana, un cilindro de gas cargado con dinamita, lanzado por las Farc, atravesó el cielo, rompió las tejas de la capilla san Pablo Apóstol y cayó en el altar, junto a la imagen de Cristo. La iglesia, donde se refugiaban de las balas 300 personas, explotó en mil pedazos y la población civil inocente con ella. Perdieron la vida 79 personas, de los cuales 47 eran niños. 110 personas quedaron heridas, 1744 familias desplazadas, y decenas de padres y de madres desolados siguen hoy buscando, vivos o muertos, a sus hijos destrozados por la barbarie humana, el odio y el rencor. El Cristo de la iglesia quedó mutilado, como la mayoría de los fieles refugiados en el templo. Este Cristo nos habla al corazón; no hay mucho que decir, basta mirarle para sentirnos unidos a Él, tocados por la compasión y el deseo de ayudar a muchos. El papa Francisco dijo a las víctimas del conflicto armado en Villavicencio: "Ver a Cristo así, mutilado, herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado es más Cristo aún, porque nos muestra una vez más que él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo. Para enseñarnos, también, que el odio no tiene la última palabra, que allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia".