CONSTRUCTORES DE PAZ EN EL POST CONFLICTO:

personas pequeñas, en lugares pequeños haciendo cosas pequeñas

Carta para los Hermanos y Hermanas

Cajicá, 27 de junio de 2017

Vivimos en Colombia un momento histórico único y maravilloso, en medio de muchos conflictos. Después de más de cincuenta años de violencia, guerra, muertes, destrucción y barbarie, una luz nueva comienza a brillar en medio de muchas oscuridades: la posibilidad de vivir en paz.

En el año 1012, después de muchos intentos fallidos y de mucha sangre derramada, representantes del gobierno y de la guerrilla de las Farc se sentaron en la Habana para dar inicio a los diálogos de paz que condujeron al “Acuerdo de paz” firmado en 2015, en medio de una gran polarización del pueblo colombiano, heridas profundas y divisiones entre todos. No obstante se firmó el acuerdo y el Congreso de la República lo refrendó posteriormente. Justo hoy, en este momento, están en la entrega de más de 7.000 armas personales en el Meta, hecho que se convierte en un signo de esperanza para todos, a pesar de las mil dudas frente al futuro y al resultado final de todo este camino tortuoso pero esperanzador. Así lo anuncian los medios de comunicación: “El 27 de junio se convierte en una fecha histórica para Colombia. Se oficializa la dejación de las armas por parte de las Farc”. Ahora hay que desarmar los corazones. 

Muchas personas son escépticas y no creen en el proceso, otros son indiferentes y unos cuantos creen que es posible conseguir la paz. Sea como sea, en este momento se ha dado un margen de unos tres años para poner en marcha los proyectos que den seguridad al pueblo colombiano y eviten volver a la violencia de antes. Se considera que en unos quince años el proceso ya estaría más o menos consolidado, pronóstico difícil de cumplir ya que las heridas son muy grandes y el trabajo de sanación es lento y difícil.

Hoy me pregunto qué podemos hacer nosotros, como miembros de la Comunidad de Carmelitas de san José, para contribuir con este proceso de reconciliación y perdón entre nuestros hermanos. Aunque he dicho constantemente que todos tenemos que construir juntos la paz, en el fondo he pensado muchas veces que ese es un asunto entre el gobierno y la guerrilla, y que no es mucho lo que podemos hacer nosotros, aparte de opinar y apoyar o no a través de un voto. Sin embargo, hoy me sentí implicado gracias al encuentro con una persona que nos invitó a creer en la posibilidad de construir la paz juntos, y mi posición frente a los acuerdos de paz comienza a cambiar, simplemente porque si somos personas de esperanza y creemos en el Señor, tenemos la tarea de apoyar cualquier esfuerzo que nos ayude a cumplir el sueño de paz y amor para todos los colombianos. “Creer contra toda esperanza” es parte de la tarea del cristiano, sabiendo que “para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 37), y que Él sigue vivo y resucitado, caminando con nosotros y construyendo con nosotros nuestra historia y el caminar de nuestro pueblo.

Frente al proceso de paz que vive Colombia ¿cómo podemos nosotros participar y aportar para la reconciliación y sanación de nuestra gente en este post conflicto?

Me parece que lo primero que debemos hacer es creer en la posibilidad de lograr la paz, con la ayuda de Dios y el trabajo sincero de todos nosotros. Me doy cuenta que, aunque con frecuencia hablo de esperanza, en el fondo muchas veces no creo lo suficiente en ella, y me limito a pensar como muchas personas que analizan la realidad desde la lógica humana, pero no desde la dimensión de la fe y confianza en el Señor, que me dice que siempre todo puede ser mejor y que Dios camina con nosotros. Por tanto, hoy siento la necesidad de empeñarme en una conversión de mi manera de ver la realidad nacional y de comenzar a creer en verdad en la posibilidad de construir juntos la paz. Quiero sentirme agente y partícipe de la tarea de construir la paz. Me digo a mí mismo que si en Bojayá las víctimas y los victimarios se sentaron a hablar y a compartir, no sin dolor, sobre la manera de iniciar juntos un camino de reconciliación y perdón, y lo lograron, a tal punto que de ambas partes surgió la idea de continuar dialogando y ya son tres encuentros significativos los que han tenido el pueblo y los guerrilleros, sanando muchas heridas, ¿quién soy yo para negarme a la posibilidad de dejar que la fuerza del Espíritu del Señor actúe entre nosotros y nos regale un renacer lleno de esperanza y paz?

¿Cómo lo podemos lograr? Desde la experiencia que el Señor nos está permitiendo vivir en las Ciudades de Dios, y revisando los elementos que conforman nuestro carisma de Carmelitas de san José, descubro que nuestra experiencia tiene una gran riqueza que aportar en este momento definitivo de Colombia para lograr la paz.  Considero que podemos hacer un gran aporte a la construcción y consolidación de la paz a través de: la oración, la vivencia del Evangelio, el amor que entreguemos, el servicio a todos, con predilección por los más sufridos, marginados y necesitados, la acogida amorosa a las personas, la escucha atenta, la amistad que brindamos, la posibilidad de ofrecer espacios espirituales y  familiares sanos y lugares de reconciliación, como son las Ciudades de Dios, y el cuidado y protección de los más heridos, desprotegidos y maltratados; asimismo, comunicando paz, amor, fe y esperanza, ofreciendo espacios de sanación interior y de reconciliación, “hospitales de campaña”, como los llama el Papa Francisco, y en general todo lo que comporta este nuevo carisma naciente. Todas las acciones son importantes, pero lo más importante son las personas amando y donando la vida en lo sencillo de cada día.  Recuerdo lo que decía un día el P. Federico Carrasquilla: “personas pequeñas, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, ayudando a salvar el mundo”.

            Nuestra tarea ha de ser la de ponernos en una mayor actitud de escucha de la Palabra de Dios para descubrir y discernir nuestro papel, trabajo y participación en todo este proceso de paz, que no es tarea sólo del gobierno y de la guerrilla sino de todos nosotros, los colombianos. La paz también tiene que ver conmigo

¿Qué deseo, debo y puedo aportar? Es necesario cultivar una mayor disposición al diálogo, al perdón y a la reconciliación, evitando toda imposición por la fuerza; generar procesos de catequesis y evangelización que nos lleven a mirar mucho a Jesús y a buscar la respuesta en Él de cómo podemos proceder. Estemos también dispuestos a acompañar a las personas y comunidades afectadas por la violencia, para que puedan participar activamente en este proceso de cambio y vida nueva. Es el momento de ofrecer un aporte evangélico concreto que nos ayude a construir el Reino del Señor. Preguntémonos qué ofrece Jesús en su Palabra como aporte para este proceso de paz, y comuniquémoslo a los demás. En otras palabras, somos nosotros los llamados a hacer un aporte espiritual y evangélico, como complemento a los acuerdos de paz. Es importante, con mirada contemplativa, descubrir los pequeños signos de  vida y esperanza que van apareciendo y hacerlos relucir. “La caña cascada no la quebrará, ni el pabilo vacilante lo apagará” (Mt 12, 20 ).

Yo soy colombiano, por tanto, participo del conflicto, es algo mío, no puedo ser indiferente a lo que sucede en este momento; eso me afecta y afecta a mis hermanos, a mi familia, a mi pueblo. Debo implicarme, orar, trabajar, donar mi vida para contribuir en el caminar juntos hacia la reconciliación y sanación definitiva. Sin una opción directa y real por Jesucristo, la paz no se alcanzará. Aportemos nosotros, humildemente, nuestra oferta de paz desde el Señor, y así estaremos complementando los acuerdos de paz y colaborando en la solución del conflicto armado de nuestra patria. Aprovechemos la venida del Papa Francisco a Colombia para escuchar, orar,  amar y servir, abriendo el corazón a la búsqueda de caminos nuevos de reconciliación, conversión y vida.

La paz verdadera y total va más allá de la firma de unos acuerdos. Busquemos alternativas nuevas que nos ayuden a renovar nuestra unidad y amor de hermanos, hijos de un mismo Padre. Empeñados en la reconstrucción de nuestra tierra y nuestro pueblo, aprovechemos las raíces de fe que recibimos de nuestros antepasados y que están allí, en el fondo de cada corazón. Construyamos pequeñas comunidades de fe, amor y esperanza, que trabajen unidas y luchen por hacer presente el Reino de Dios entre nosotros. “Personas pequeñas, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, ayudando a salvar al mundo”.

En la eucaristía de hoy una hermana Carmelita Misionera hacía esta monición, que va en plena sintonía con lo que acabamos de compartir: “Hoy estamos llamados a vivir apasionados por Dios y por la humanidad; a contagiar la terca esperanza de los que esperan hasta lo imposible porque para Dios no hay nada imposible; a unir nuestras manos abiertas y esfuerzos mutuos para construir una vida mejor para todos, comenzando, como Jesús, por los más pequeños y los que menos cuentan; a discernir con lucidez crítica y palabra valiente los signos de Dios”.

Santa Teresa nos regala hoy esta palabra suya: “No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más, como no nos cansemos luego, sino que lo poco que dura esta vida… interior y exteriormente, ofrezcamos al Señor el sacrificio que pudiéremos, que Su Majestad le juntará con el que hizo en la cruz por nosotras al Padre, para que tenga el valor que nuestra voluntad hubiere merecido, aunque sean pequeñas las obras” (7Moradas 4,15).

Fr. José Arcesio Escobar E. ocd