EL VOTO DE POBREZA
Una comunidad pobre, conformada por personas pobres, al servicio de los pobres
Avión a Italia, 17 de abril de 2017
Pobre es el que se entrega
Entendemos por voto de pobreza todo lo que implica una vida de austeridad, renuncia, vivir con lo mínimo, con lo necesario, la renuncia a cosas superfluas, etc. También entendemos que el pobre es quien acoge a los pobres y vive para ellos, trabaja con ellos, asume sus valores como propios y tiene un estilo de vida como la de los pobres. Pobre es el que vive como Jesús pobre, confiado sólo en el Padre, sin pertenecerse a sí mismo. Es el que vive “donado”, enamorado, “en-amor-dado”.
Es aquí donde quisiera que ahondáramos, en esta dimensión del voto de pobreza:
Esta mañana, al despertarme muy temprano para venir a Bogotá y disponerme a viajar a Italia, me llegó esta afirmación: “POBRE ES EL QUE SE ENTREGA”. Por tanto, no importan las diferencias económicas, intelectuales, o sociales. El voto de pobreza nos lleva a entregarnos sin límites, sin condiciones, como lo hizo Jesús; que por ser pobre, se entregó hasta el extremo, vaciándose de sí mismo de manera permanente y total. Sabía que su vida no le pertenecía sino que era del Padre y de los demás. Él se despojó de sí mismo hasta lo último y por eso fue pobre.
Para ser pobre no importa si se tienen muchas o pocas posesiones; lo que importa es la entrega total a los demás. Entrega de sí, entrega voluntaria y amorosa, entrega de la persona y de su propia voluntad a la voluntad y al amor del Padre y de los demás. Por eso, el pobre verdadero siempre está disponible para el servicio; un servicio gratuito, gozoso, desinteresado. No espera resultados y da gracias, tanto a Dios como a los otros, por permitirle servir y regalarle el privilegio de entregarse. Ciertamente somos privilegiados; muchas personas sueñan con entregarse y no encuentran los medios. A nosotros, Dios nos regala todas las oportunidades para entregarnos, despojarnos, amar, servir.
Para vivir el voto de pobreza, asumimos nuestra vida diaria conscientes de que no nos pertenecemos; que hemos entregado al Señor nuestro “SÍ” y con éste, todo nuestro ser. Por eso somos pobres; porque no nos sentimos dueños de nada, de nadie, ni de nosotros mismos.
Esta misma realidad de pertenencia a Dios nos hace delicados para CUIDAR de todos, de la vida de cada persona, de la naturaleza, de toda la creación y de los bienes comunes. El pobre que no tiene nada, cuida de todo como propio, por ser obra de Dios y de los hermanos. Incluso se cuida a sí mismo porque se sabe regalo, don de Dios para los demás. El pobre verdadero no se apega a nada, ni a sí mismo; pero cuida de cada persona, de cada cosa con delicadeza y amor.
Por eso el verdadero pobre lleva dentro de sí la fibra de la belleza, de la armonía, de la delicadeza. Capta la hermosura de Dios, la comunica, la promueve y la hace visible para el servicio de los demás. Él mismo se sabe bello, no por su aspecto corporal, sino porque es obra maravillosa del Creador. El verdadero pobre generalmente tiene sensibilidad artística.
¿Qué entendemos por el voto de pobreza?
Es la opción de vivir al estilo de Jesús, con sus categorías, su ejemplo, sus intereses y acciones concretas. Es desnudarse de todo, especialmente de sí mismo, y revestirse de Cristo, de su amor infinito al Padre y a los hermanos.
¿Qué es optar por asumir el estilo de vida de Jesús?
En términos teresianos es “hacerse servidores del amor”. Entregarse al servicio sin pretender resultados que satisfagan nuestro ego. Sólo se sirve, porque Jesús sirvió hasta morir de amor en la Cruz, y éste fue su mayor servicio para todos nosotros y para la humanidad. No hay vivencia real de la pobreza, si no se vive en actitud sincera de servicio.
La riqueza no se refiere exclusivamente al dinero y a los bienes materiales. La mayor riqueza que posee cada uno es su mismo ser. Lo que somos debe ser puesto al servicio de los demás, de manera amorosa y desinteresada. Por eso, pobreza equivale a entrega; capacidad de ponerse al servicio de los demás hasta perder la propia vida, para que otros tengan vida en abundancia y puedan mejorar su calidad de vida.
El verdadero pobre es feliz; se siente útil, se dona con alegría y su existencia se llena de sentido.
El pobre es el que sabe abrazar la Cruz serenamente, sin reproches, sin rebeldías, sin grandes cuestionamientos. Para lograrlo es necesario vivir en oración, vivir en el Espíritu, vivir espiritualmente. Si no es así, caeremos en un activismo o un asistencialismo que no conduce a nada.
Como Carmelitas de san José y miembros de la familia de las Ciudades de Dios, somos una Comunidad pobre que pertenece a la Iglesia pobre, conformada por personas pobres, entregadas, vaciadas, donadas y, por ello, a-graciadas; es decir, revestidas de gracia, que es la presencia y acción de Dios entre nosotros.
En nuestra comunidad tenemos un ejemplo claro de lo que es un pobre en el Espíritu; se trata del P. Jairo Ochoa, quien todo lo da, pero, sobre todo, se da él mismo, manteniendo en todo momento una disponibilidad total para servir.
Los Carmelitas de san José somos una comunidad de pobres en camino y en actitud de servicio, que buscamos en todo vivir como vivió Jesús, abrazando su pobreza y estilo de vida marcado por el servicio y entrega amorosa. Los Carmelitas de san José intentamos confiar más en Dios y menos en nosotros mismos, en nuestras capacidades. Nos sabemos instrumentos valiosos en manos del Padre para continuar creando el mundo.
Jesús no actuaba en nombre propio, ni siquiera sus ideas eran suyas. Todo lo que comunicaba era lo que oía y aprendía del Padre. Actuaba en nombre del Padre y hacía las obras que el Padre le mandaba (Jn 10, 37). Por eso afirmaba: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30).
Jesús no necesitaba reconocimientos humanos. Por eso no se defendió en su pasión y en la cruz; no buscó justificaciones, no pretendía aparecer; sólo le importaba hacer la voluntad del Padre.
Desde nuestra pobreza, la limosna que Dios nos pide dar es nuestro tiempo, nuestra escucha, amor, comprensión, acogida y aceptación del otro sin juicios ni pretensión de cambiarlo; en síntesis, nuestro amor y ternura. Esa es la verdadera limosna que Dios quiere que demos.
Pobreza es la vivencia de nuestros pilares fundamentales: ORACIÓN, AMOR Y SERVICIO. En cada uno de ellos se puede vivir a plenitud toda la dimensión de la pobreza y la entrega generosa. Cultivemos entre nosotros la conciencia de pequeñez y dispongámonos con Jesús a servir, entregándonos como Él.
El valor de lo pequeño
Entre las muchas cosas que hemos aprendido, está el valorar lo pequeño y sencillo como camino de felicidad y santidad. Hemos visto en las construcciones de nuestra Ciudad de Dios, cómo los muros se suben con rapidez y da la sensación de que muy pronto va a terminarse la obra. Sin embargo, los numerosos y pequeños detalles de su culminación, se llevan buen tiempo; los acabados requieren mucha atención y dedicación; pero son fundamentales para concluir bien el trabajo. Así mismo, trabajemos con empeño por nuestra vida de consagrados, cuidando siempre de mantener una actitud de entrega, despojo, disponibilidad y servicio. Seamos pobres en el Señor, sirviendo al Señor pobre, en los hermanos pobres.
Lo que define nuestra identidad:
Una comunidad pobre, conformada por personas pobres, al servicio de los pobres.
- Una comunidad pobre:
- Podemos hablar de una comunidad pobre, cuando todos sus miembros están dispuestos a entregar todo lo que son y tienen al servicio de los demás.
- Entendemos el voto de pobreza como una actitud de despojo permanente para servir a Dios y a los demás (cf Jesús Despojado).
- El voto de pobreza es esa lucha permanente que enfrentan las personas pobres, de manera consciente, para aprender a vivir sólo con lo absolutamente necesario y esencial; sin acaparar, sin poseer, y retener lo menos posible.
- También sabemos, desde las enseñanzas de la Madre Teresa, que parte de la pobreza es la consecución del sustento diario a través del trabajo, el cual valoramos como parte de la dignidad de la persona y vehículo de comunión con el Señor. Trabajamos como trabaja el Padre Dios y como lo hicieron san José y la Virgen, junto con Jesús, en Nazaret.
- La pobreza implica una recta administración de los bienes, con gran libertad y responsabilidad. Con gran “señorío” sobre las cosas, nos enseña la Santa Madre.
- Una comunidad compuesta por personas pobres
- El Señor llama a quien quiere para que le siga. No elige a sus seguidores desde apariencias humanas y cualidades relevantes, sino que se fija en los corazones pobres, dóciles y dispuestos a amarlo y dejarse transformar por Él. Hemos comprendido que el Señor llama para su seguimiento en nuestra comunidad a personas que quieren seguirle a través de la consagración de sus vidas al amor y servicio, dedicándose a orar, amar y servir, pero que física y humanamente tienen algunas limitaciones, como por ejemplo la edad, algún impedimento físico u otra realidad, por lo que no son aceptadas en otros lugares, para consagrarse al Señor. Son personas sin embargo, con una clara vocación y condiciones de rectitud, amor al Señor y a los demás y ganas de servir, que las hace aptas para ejercer un gran apostolado en la oración, la vida común, el servicio sencillo. Esta es una novedad, pues sentimos que el Señor nos pide abrir las puertas a muchos hijos predilectos suyos no bien acogidos para servirle en otros lugares; pero ellos, desde la sencillez de vida y entrega al Señor, pueden ser “sal de la tierra y luz del mundo”.
- Nuestra comunidad está compuesta de personas pobres; entendiendo por esto la disponibilidad para vaciarse, donarse, entregarse y donar la vida por el Señor y los demás.
- Una comunidad al servicio de los pobres
- El servicio a los pobres es parte esencial de nuestro seguimiento al Señor y de nuestro carisma como Comunidad y Familia de Carmelitas de san José. Pero este servicio debe ser un servicio humilde, nunca realizado con arrogancia ni prepotencia. Miremos a Jesús que se inclina, arrodillado, con gran humildad, a servir. Allí encontramos el ícono que nos muestra la manera de ejercer nuestro servicio a los pobres. Es Dios de rodillas sirviendo al hombre, sirviéndonos a nosotros, pecadores (hay dos cosas que el demonio no puede hacer, afirma monseñor Froilán Casas: obedecer y arrodillarse). Jesús, de rodillas, entrega a la humanidad lo que tiene, no con arrogancia, como el rico que da limosna desde su puesto o altura, su posición superior y su soberbia. Nosotros, como Jesús, debemos servir con humildad, desde el abajamiento.
- El voto de pobreza tiene que ver con la humildad, pues nos descubrimos servidores y no patronos y dueños. Nuestro, es siempre el último puesto para servir con amor y gozo a los pobres y a los hermanos.
Jesús lavando los pies es el modelo de entrega
Así entregó todo y se dio él mismo: sirviendo. Jesús no se sentía el Señor en cuanto a superioridad, sino que era el Señor del servicio, el servidor de los servidores. Por eso, todo servicio que no se ejerce con humildad, deja de ser un servicio. Según el mandato del Señor, no es un servicio cristiano; no es fruto de amor ni se ejerce motivado por el cumplimiento del mandato de Jesús, que nos dijo: “Si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Quiere decir que vamos a ejercer nuestro señorío de rodillas, sirviendo por amor hasta el extremo, siendo los pobres que se dan, y entregan a los demás todo lo que el Señor les confió para servir, de manera especial a los pobres.
El Jueves Santo, Jesús instituyó una nueva categoría de personas, al hacer de sus seguidores una comunidad de “pobres que sirven a los pobres con amor” en Su nombre; ejerciendo su ministerio con la riqueza de la pobreza del Señor, el cual “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8, 9).
Con ello, estableció la categoría de los pobres verdaderos, los que se saben y se sienten pobres, descubriéndose como administradores de las riquezas del Rey, dispuestos siempre a servir a los hermanos pobres. Por eso nosotros, seguidores de Cristo y miembros de esta comunidad de Carmelitas de san José, nos reconocemos como una familia pobre, compuesta por personas pobres, al servicio de los pobres, incluidos entre los seguidores y discípulos de Jesús, en la categoría de los pobres
Nos descubrimos como pobres, que hemos recibido un encargo del Señor, y por eso poseemos unos bienes que no son nuestros, ya que somos simples administradores y no propietarios de ellos. Los talentos son un préstamo que Dios nos hace para servir; son realidades que nos confía para hacer más amable y digna la vida de los demás. No podemos retenerlos o descuidarlos, porque son para el servicio de todos. Tenemos la obligación de aprovechar al máximo todos los bienes que Dios nos da, hacerlos producir, ojalá al ciento por ciento, multiplicarlos y entregarlos en su totalidad a los verdaderos destinatarios, que son los pobres. Tenemos que sentirlos como propios y cuidarlos con toda la atención y empeño necesarios, pero a la vez sintiéndonos libres para no apropiarnos de ellos de manera egoísta como si fueran realidades conseguidas por nosotros mismos por logros personales, para provecho personal.
Es de tener en cuenta que los bienes, administrados por verdaderos pobres en el Señor, como consagrados que somos, se multiplican en la medida en que se entreguen; dicho en palabras teresianas referidas al amor: “La caridad crece con ser comunicada”.
Dar es podar y, al podar, más se produce. Así sucede con nuestros bienes, los cuales, al entregarlos se multiplican y abundan. “La medida que uséis la usarán con ustedes y con creces” (Mc 4, 21-25). Dar y compartir, es la mejor inversión que podemos hacer. Sucede todo lo contrario a la dinámica de la riqueza del mundo, la cual crece al ser acumulada. Evangélicamente sucede lo contrario; crece al entregarse, gastarse, perderse en bien de los demás.
Gastemos nuestro tiempo, atención y energía, cuidando los talentos y bienes que Dios nos ha confiado para que se multipliquen y produzcan el ciento por uno y poder servir mejor a los demás como Dios quiere. Al llegar al cielo daremos cuenta de lo recibido, pero, sobre todo, de lo entregado; y muy especialmente, de nuestra propia entrega. Al llegar al cielo se nos pedirá cuenta de la pobreza expresada en el amor y servicio. Parafraseando al santo padre san Juan de la Cruz: “a la tarde nos examinarán en la pobreza vivida por amor” al estilo de Cristo, el Señor. Por eso, si no hay una opción por la vivencia del voto de pobreza, nunca habrá una verdadera opción por los pobres, porque seguiríamos siendo ricos consagrados que dan limosna, como ricos, a la gente pobre, permaneciendo en el lugar de los ricos y potentados, dando de lo que nos sobra.
Es fundamental, para vivir el voto de pobreza, asumir la condición de esclavo. El voto de pobreza nos convierte en servidores del Crucificado vivo y presente en los pobres, y esto sólo lo podemos hacer si nos hacemos pobres de verdad, despojándonos hasta el extremo como Él, que nunca se buscó a sí mismo sino que vivió para la entrega total al Padre y a los demás. Jesús es el verdadero pobre a quien debemos servir, seguir e imitar. En la vida, lo único que vale la pena es amar y servir con el empleo de todas las capacidades que se tienen al servicio del Otro y de los otros. No retengamos nada, entreguémoslo todo y optemos por Cristo pobre, enamorado y despojado.
Fr. José Arcesio Escobar E., ocd