Nosotros

Ponemos nuestras vidas a la disposición del Señor y Él obra.

Ciertamente "hay más alegría en el dar que en el recibir": en cada Ciudad de Dios, a diario vivimos una gran fiesta centrada en la Fe que suscitan  muchos hermanos, los que nos ofrecen la oportunidad de dar y recibir;

 

acoger al mismo Jesús, entregar la vida e intentar construir juntos, desde la pobreza puesta en común, un espacio de paz, de vida, de amor… de Evangelio vivo.

Comprobamos que cada Ciudad de Dios se convierte diariamente en un faro de luz que alumbra el camino del Evangelio; es una llama que se enciende en la oscuridad  del mundo actual, e indica que es posible vivir de otra manera.  Nos convertimos en “sal de la tierra y luz del mundo”;  los habitantes y visitantes de cada Ciudad de Dios nos sentimos constructores humildes de Su Reino. Vivimos la experiencia de un milagro permanente, cada día.  Oración, experiencia de Dios, fraternidad y servicio son pilares que fundamentan nuestra vida.

 

 

 

Más allá de la labor social

Cada Ciudad de Dios se  transforma,  progresivamente, en “Casa y escuela de espiritualidad”; lo que hace más efectiva la labor social.  Algún  visitante nuestro de origen no católico, lo percibió muy bien al comentar: “Aquí hay un Algo que sostiene y envuelve todo, y por eso es muy fácil trabajar en una Ciudad de Dios, a diferencia de otros lugares donde se trabaja sólo con gran esfuerzo humano”.
Los habitantes de las Ciudades de Dios nos sentimos sostendidos por el encuentro personal con el Amado y Señor.  Diariamente, a solas con Él solo, y ésta es la base de nuestra espiritualidad y nuestra vida, de la cual beben, casi sin darse cuenta, quienes nos visitan y se nos acercan.
Los más pobres, los más pequeños, los menos favorecidos, ocupan el primer puesto en las Ciudades de Dios; son los verdaderos protagonistas de ellas, pues cada uno tiene su espacio y su misión.  Valoramos más el Ser de cada uno que el hacer, aunque ambas realidades se complementan.
Pobres y ricos, niños y abuelitos, creyentes y no creyentes, católicos y hermanos de otras confesiones; carmelitas y religiosos de diferentes congregaciones, laicos y consagrados; todos empeñados en construir un espacio nuevo, un lugar de paz, esperanza y amor; es decir, construir en lo posible, una partecita del Cielo en la Tierra.
Nuestro compromiso permanente es “vivir en obsequio de Jesucristo”, “meditando día y noche la Palabra de Dios”, “velando en oración”, descubriendo,  acogiendo y sirviendo al Señor en cada hermano.

 

A ejemplo de la Sagrada Familia

De una manera muy sencilla y cotidiana, procuramos vivir como “Discípulos misioneros” al hacer de nuestra vida ordinaria una vivencia igual a la de  La Sagrada Familia,  que en Nazareth, llenaba   todo lo pequeño de sentido y valor.
Con la Virgen María, desde la fe y la obediencia, buscamos descubrir y hacer la Voluntad de Dios a cada momento.   San José es para nosotros un modelo de vida interior y el modelo de vida orante a imitar.  Él provee cuanto necesitamos y a diario vela por todos. 
La valiosa presencia de los laicos en las Ciudades de Dios hace que podamos formar comunidades abiertas, en las que cada uno cumple con su rol y se pone gozosamente al servicio de los demás, desde su propio carisma personal.  Así, la tarea pastoral, evangelizadora y administrativa se realiza entre todos pero con respeto de los espacios, en pro de la unidad en la diversidad.

 

 

 

 

El lema



Uno de nuestros lemas es procurar que los pobres vivan dignamente y por ello trabajamos materialmente para elevar el nivel de vida de nuestros hermanos más necesitados, enseñándoles, en lo posible, a ser sujetos de su propio desarrollo para  evitar caer en el asistencialismo y anteponer siempre  la promoción humana.  Les acompañámos en su duro y difícil caminar,  ofreciéndoles lo más valioso que podemos entregarles que es el amor de Dios.
Ustedes hacen parte del  sueño de construir un mundo con hermanos fuendamentados en la fe, en el amor y la esperanza. Gracias por colocar su grano de arena en la construcción de las Ciudades de Dios.