JUAN CARLOS MOSQUERA SIERRA
Un amigo, un hermano, un samaritano de los pobres
1 de enero de 2022
A Dios le pareció bien llevarse a Juan Carlos para el cielo, en el primer día de este año, cuando celebramos en la Iglesia la solemnidad de la Madre de Dios. Juan amó profundamente a la Virgen y se refería a ella con gran familiaridad, amor y confianza. Ella lo acompañó durante su enfermedad y lo recibió en su casa en el cielo.
En la casa del Padre hay fiesta por su llegada, en el corazón de nosotros, sus familiares y amigos, tristeza, esperanza y confianza en Dios, que le tenía preparada una morada en el cielo y la plenitud de la vida para siempre.
Un amigo incondicional nos regaló el Señor en la persona de Juan Carlos. Supo entregarse por entero a cada uno, buscando siempre lo mejor para los otros, olvidándose de si mismo, procurando que todas las personas de su entorno estuviesen bien. Su sonrisa, su amabilidad, su abrazo acogedor, era una constante cada vez que nos encontrábamos. Juan Carlos asumió nuestros sueños como propios y contribuyó en todo lo que pudo para hacerlos realidad. Las Ciudades de Dios entraron a formar parte de su vida diaria, a ser lo más relevante de su trabajo y servicio. Juan se convirtió en nuestro hermano de camino. Juntos soñamos el sueño de Dios en bien de los más pobres y, gracias a su entrega total y ayuda incondicional, varias Ciudades de Dios vieron la luz del día y se establecieron centros de vida, esperanza y amor, hogares familiares para los más pobres y desvalidos.
Dios, amor, servicio eran quizás las palabras más utilizadas por Juan Carlos. Su fe en Dios, heredada de su papá, fundamentó siempre su vida y su actuar. Sólo buscaba la voluntad de Dios, la acogía y aceptaba a pesar de que muchas veces fuera dolorosa e incomprensible. Su enfermedad la recibió con docilidad y apertura, abandonándose siempre en las manos amorosas del Señor, dispuesto a aceptarlo todo, con tal de agradar a Dios.
Su existencia estuvo marcada por el amor incondicional a los demás, a quienes sentía como sus hermanos. Valoraba a cada persona, a cada niño, a cada abuelito o persona de nuestras Ciudades de Dios. Su amor se hizo servicio. No tenía otro ideal diferente a servir por amor a los demás, convencido de que con esto amaba y agradaba a Dios. Era este el legado que quería dejarle a sus dos hijos, Santiago y Gerónimo, a quienes amó con locura y procuró formrlos lo mejor posible, siempre desde el ejemplo y coherencia de vida.
La enfermedad no pudo robarle sus sueños. Aún en los últimos días de su permanencia entre nosotros, seguía soñando con viajar a todas las ciudades de Dios y continuar trabajando por los más pobres. Partición hasta el final en las reuniones de trabajo y de proyectos de nuestras Ciudades de Dios, con empeño, esfuerzo y dedicación, haciendo un gran esfuerzo para permanecer concentrado y activo, a pesar del cansancio y malestar que le causaban las quimioterapias. Su alegría fue permanente y su empeño en trabajar no cesó nunca. La vida espiritual fue su empeño, pero una vida espiritual hecha obras y servicio concreto. El retito de Emaús marcó su camino espiritual y procuró que muchos participaran en él. Sirvió con empeño y dedicación en varios retiros, como es propio de quienes han hecho esta experiencia.
Juan Carlos gastó su no muy larga vida, haciendo el bien a todos y por eso Dios lo recibió en su casa, regalándole la corona merecida para sus hijos más amados. Que reciba la plenitud de la comunión en el Señor y el cielo prometido en herencia por toda la eternidad.