VAYAN Y ANUNCIENLE AL MUNDO QUE ÉL HA RESUCITADO

Nuestra herencia de la Resurreción del Señor

 

VAYAN Y ANUNCIENLE AL MUNDO QUE ÉL HA RESUCITADO

Villa de Leyva, 3 de abril de 2021

 

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron
aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana,
al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
—«¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.
Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco.
Y se asustaron. Él les dijo:
—«No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha
resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.
Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a
Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.» (Mc 16,1-7).

 

No hay tiempo que perder, no debemos detenernos a preguntar muchas cosas que nunca lograremos entender, si no es desde la experiencia de fe hecha en comunidad, siempre de camino, sin detenernos, caminando siempre con la prisa de aquel que tiene algo importante para anunciar a los demás y no puede perder el tiempo en bagatelas pasajeras.

Hay un gran anuncio que tenemos que proclamar a todos los pueblos, el anuncio de que Jesús ha resucitado, que sigue resucitado y que quiere que nosotros, viviendo su experiencia, vayamos por todas partes anunciando el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo del amor sobre el mal del mundo, sobre el odio, la venganza, la avaricia, el desamor, la desesperanza, la tristeza, la oscuridad, la pandemia, la frialdad de una tumba vacía. El amor ha triunfado, el amor ha hecho posible la vida, el amor de Dios ha sido derramado sobre la humanidad y Cristo vive, vive en medio de nosotros, porque ha sido resucitado por el Padre y nos lo ha dado como compañero de vida, maestro, guía, salvador del mundo.

No hay tiempo que perder. Corramos, corramos siempre, vayamos gozoso por el mundo cantando las grandezas del Señor y proclamando las maravillas que a diario vamos viendo, constatando y percibiendo como signos de la presencia del Resucitado entre nosotros. El mundo se muere de terror, de incertidumbre, de tristeza y desesperanza; el mundo ha sido envuelto en sombras de muerte a causa del coronavirus, pero también de muchas otras pandemias que amenazan la vida y nos sumergen en los abismos de la muerte; pandemias de increencia, de odios, venganzas, amenazas de guerras y destrucciones, intentos de robar a la gente el sentido de la trascendencia de la fe en el Señor. El mundo necesita de nosotros; necesita que le proclamemos la Buena Noticia de la Salvación; necesita que le anunciemos que ha comenzado un nuevo día, una nueva primavera: que el Señor ha resucitado y está con nosotros; camina con nosotros, construye vida en nuestra vida.

Dice el texto sagrado: “Pasado el sábado”. Ha pasado el sábado del silencio y de la incertidumbre, pero también ha pasado el viernes de terror, de calvario, de Gólgota. Ha pasado un período de la historia de la humanidad donde la desesperanza y el horror de la muerte parecían tener la última palabra sobre todos nosotros. Hoy se nos anuncia que ha pasado el sábado y comienza un nuevo día, una nueva luz radiante se vislumbre entre la oscuridad de la madrugada. Ha pasado el sábado y con él la noche del horrible viernes santo. Un nuevo amanecer ha comenzado para nosotros.

Esto fue lo que nos anunció la mujer del evangelio llamada María Magdalena. Ella, que siempre estuvo enamorada de Jesús, que saboreó su amor, su ternura, su salvación, su comprensión, su vida nueva en medio de su pecado y rechazo total por parte de las personas de su época; María, la que había comenzado una nueva historia al conocer a Jesús, historia de salvación, de hogar nuevo, de rebaño seguro, de valoración de su persona más allá de su trabajo de explotación y humillación; María, la enamorada de Jesús, la prostituta virgen que sintió transformado su corazón, su vida, redimida su historia con el encuentro con Jesús. Ella es la encargada, la escogida por Dios para vivir la experiencia de la resurrección de su Hijo Jesús y de proclamarlo a los discípulos y, en ellos, al mundo entero.

María, junto con las otras Marías, María la de Santiago y Salomé, compran perfumes para ir a embalsamar el cuerpo de Jesús. No va sola, ella va con otras, son sus amigas, sus compañeras de vida, ellas representan la comunidad. Un enamorado de Jesús nunca va solo, siempre se encuentra con otros enamorados que, seducidos por el Maestro y el Señor, se juntan para orar, para buscar, para obrar en nombre del Señor. Encontrarse con Jesús y no participar de la comunidad es desdecir de la experiencia y poner en duda lo vivido. El Resucitado siempre nos une y hace que nos sintamos hermanos y formemos familia. Ellas van a comprar perfumes para embalsamar un cadáver. Para ellas el Maestro está muerto pero una fuerza irresistible las arrastra al encuentro. Obran movidas por el dolor, la soledad, la costumbre y la tradición judía, pero sobre todo, obran movidas por una fuerza superior a la razón; movidas por un no se qué que las lleva a continuar viviendo junto a Jesús, a pesar de que vieron como le torturaban, crucificaban y dar muerte como a un bandido. No obstante, ellas siguen buscando, a la madrugada, muy temprano, entre la oscuridad y la luz tenue del nuevo día.

Era el primer día de la semana y era el comienzo de una nueva historia que ellas no sabían que irian a protagonizar, ni que inmortalizaría sus nombres y sus personas para siempre. Ellas van muy temprano, el primer día de la nueva semana, de la semana que daba origen al hombre nuevo, a la nueva creación, a la redención operada por el Hijo de Dios: Aquel que fue destruido por el odio y el rencor de unos, pero constituido Señor del universo por su Padre Dios y salvador de todo el género humano. El día primero de la semana, muy temprano, apenas atisbando la salida del sol, cuando las cosas no se ven con claridad pero se intuyen; cuando la fe es más fe que cuando se ve con claridad, ellas van al sepulcro y van a protagonizar un hecho insólito que será recordado para siempre; conocido por muchos y entendido por pocos, sólo por aquellos que se abren a la gracia para recibir el impacto del Resucitado. Aquellos que se abren a la fe para creer sin ver; para acoger la gracia del amor hecho vida y transformar la existencia, personal y comunitaria.

Son muchas las preguntas que se hacen, como por ejemplo "¿Quién nos moverá la pierda?”. Preguntas lógicas para la razón pero que no entorpecieron el riesgo de enfrentar lo que viniere, en medio de los peligros de la oscuridad de la noche, de la tiniebla que les envolvía, de la guardia que les impediría sin lugar a duda acercarse hasta el sepulcro. No todo debe estar claro. No siempre sabemos lo que tenemos que hacer y el cómo realizarlo. Es necesario lanzarnos en fe a recorrer los caminos que Dios va indicándonos por medio de su Santo Espíritu, caminos que igualmente se perciben entre tiniebla, sombra y un poquito de luz; pero la fe hace luminoso el caminar de los discípulos del Señor y nos lanza a arriesgarnos a realizar locuras de amor por Jesús y por nuestros hermanos. Quien espere tener todo claro para obrar, difícilmente logrará hacer algo en la vida que valga la pena. Con Jesús debemos correr siempre el riesgo de equivocarnos; Él se encargará de conducirnos, de enderezar el camino, de ayudarnos a sortear los obstáculos y a encontrar los medios para logra el fin que buscamos. Las muchas preguntas a veces entorpecen el transcurrir de la gracia ya que, aunque el Señor haya resucitado, continuamos enfrentando día a día el campo del misterio, de la transcendencia, de aquello que apenas podemos vislumbrar desde la razón, movida por la fe, pero que nunca tendrá una claridad total, pues esa claridad está reservada para la visión beatífica, cuando nos encontremos cara a cara con Dios. Por ahora, caminamos con la claridad oscura de la fe y la confianza renovada en el Señor.

“... pero al mirar, vieron que la piedra había sido removida, y eso que era una piedra enorme”. Estas son las sorpresas que nos vamos encontrando cuando nos ponemos en camino hacia el Señor. Lo que parece imposible se hace posible y, de repente, cuando menos lo esperamos, después de mucho batallar sin conseguir muchas veces nada de lo que anhelábamos, de repente, las puertas se nos abren; las pierdas que obstaculizan nuestro caminar son removidas y vamos encontrando soluciones que no esperábamos ni comprendíamos. Dios va allanando los caminos para que puedan ser recorridos por nosotros, pero exige que nos arriesguemos en fe a recorrerlos, sin tener certezas totales, en medio de la incertidumbre, con la confianza sólo en Él.

Ellas “entraron en el sepulcro”. Es necesario entrar en el misterio del sepulcro, del lugar de la muerte, para descubrir la vida. Sumergirse en el misterio del acontecer de Dios en el día a día nos abre la razón y nos trae una luz nueva para reconocer al Señor y confesarlo. Es verdad que ellas se asustaron, como nos asustamos nosotros con frecuencia; sin embargo, al escuchar la Palabra del Señor, recobraron la seguridad, al igual que nosotros nos llenamos de confianza y escuchamos esa voz que nos habla al corazón y nos ayuda a superar el temor. "No se asusten", les dice el Ángel. Siempre que el Señor se nos manifiesta, lo primero que nos dice es que no tengamos miedo, que confiemos, que él está con nosotros.

Ya es hora de buscar de otra manera, de considerar las cosas de forma diferente; es tiempo de gracia para ver más allá de la apariencia, de lo que aparece ante nuestros ojos. Es hora de aprender a mirar con los ojos del Resucitado. “Ustedes están buscando a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado”, el cadáver de aquel que ha muerto. Muchas veces buscamos al que no es, al que nos imaginamos que es pero que ahora es diferente, y por eso no lo podemos ver ni reconocer.

“Ha resucitado” éste es el gran anuncio que inició como una gran explosión cuyo eco se escucharía por todos los rincones de la tierra y surcaría las barreras del tiempo y del espacio. "Ha resucitado", eso fue lo que escucharon las Marías y que seguimos escuchando como eco interminable nosotros, hoy, después de más de dos mil años. El Señor ha resucitado y nosotros lo hemos sentido, lo hemos encontrado en nuestra vida, nos ha salvado y estamos felices.

Ahora es cuando comienza la misión, el anuncio: “Vayan a decir a sus discípulos”, esa es nuestra tarea, ir a proclamar al mundo entero que “Ha resucitado”, que está vivo, que está entre nosotros y con nosotros, que debemos abrir nuestra mente y nuestro corazón para poderlo acoger y recibir, para permitirle obrar en nuestra existencia. Jesús ha resucitado; es el Salvador de nuestras vidas, es el que puede ayudarnos a darle un sentido nuevo, un rumbo diferente al loco transcurrir de nuestra existencia fundamentada en los valores humanos de manera egoísta, solitaria, buscando en todo el triunfo, el dinero, la imposición de la fuerza de los más grandes sobre los pequeños, el imperio del mal.   Jesús venció, con su muerte, el imperio de la muerte, del mal y del pecado en el mundo y ahora nos corresponde a nosotros apropiarnos de ese triunfo y procurar que se haga realidad en nosotros y en nuestro entorno.   Jesús es el Príncipe de la paz, es el Señor, es el Redentor del mundo y nos invita a disfrutar de una vida nueva, a recomenzar una historia nueva, un nuevo inicio de semana, es decir, de historia de salvación. Con Él estamos seguros, en Él encontramos la esperanza cierta y el amor seguro que hace nuevas todas las cosas. A Él la gloria por siempre. “Ha resucitado” y vive con nosotros. ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya! No tengamos miedo, confiemos en Él, arriesguémonos en su nombre y proclamemos al mundo entero, con nuestra vida y testimonio las verdades del Reino Nuevo y el poder maravilloso del Rey, de ese nuevo reino de paz, de amor, de solidaridad, de fraternidad y vida enamorados de Dios y de los hermanos en el Señor.

 

Fr José Arcesio Escobar ocd.

 

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