EL DÍA A DÍA EN LA CIUDAD DE DIOS
TESTIMONIO DE LA PRESENCIA DEL SEÑOR
Villa de Leyva, 10 de marzo de 2016
Ahora sé que Dios existe y que yo vivo en El y Él vive en mí; vive entre nosotros, con nosotros y en nosotros. Es posible que en algún momento de mi vida hubiera necesitado de algún milagro o manifestación de Dios para poder creer; ahora no. El mayor milagro es lo que vivimos en La Ciudad de Dios: dulce es su presencia, dulce el morar en su casa y en su corazón.
Él está aquí, por todas partes. Se le siente, se le percibe. Creyentes y no creyentes lo experimentan al llegar a visitarnos o a conocer la Ciudad de Dios. Casi por unanimidad se escucha: ”¡ Qué paz se siente aquí! “.
Los que vivimos en La Ciudad de Dios experimentamos lo mismo. Es una dulce presencia que nos envuelve, que nos abriga, que nos hace existir en Él. Es Dios comunicándose en lo profundo del silencio interior, mientras la vida acontece. No importa si se ora, o se trabaja; se descansa, o se dialoga… el silencio interior siempre es el mismo y nada lo puede quitar ni distraer de esa realidad amorosa.
Percibimos a Dios desde el clarear del nuevo día, cuando vamos a la capillita del Monasterio San José Obrero para la primera oración, hasta el grato llegar del atardecer a las 5:30 ´pm, cuando suena la campana del monasterio o también la campana de la ermita de san Francisco, para que vayamos a comenzar el rezo del rosario. Nos vamos reuniendo y empezamos con el primer misterio en la gruta de la Virgen de Lourdes y luego caminamos alrededor de toda la ciudad de Dios, por “El camino del Rosario”. A esa hora, las garzas van llegando a posarse sobre los pinos y también algunos chulos, sin que, de cuando en cuando, dejen de visitarnos tres guacamayas que con estridente ruido se posan sobre la copa de los árboles para intentar pasar la noche allí, al parecer sin dejar dormir a las otras aves, pues el ruido que hacen es enorme.
Nuestras eucaristías son hermosas cada día, celebradas con los habitantes de la Ciudad de Dios y otros visitantes. La liturgia es sencilla y bien organizada, y las homilías bien preparadas ya que cada mañana hacemos la Lectio divina con los Carmelitas laicos de San José, que luego se transforma como eco en la celebración eucarística, que hace de la Palabra de Dios el alimento vital de cada mañana y fortaleza para todo el día.
Las horas litúrgicas menores, sexta y nona, son una delicia. Van acompañadas con una lectura espiritual de los santos del Carmelo, a medio día, y en la tarde con el rezo de la coronilla de la misericordia. Son todo un descanso para el espíritu, un pare en medio del trabajo intenso, pero sereno y gozoso, de la jornada.
La presencia de las Hermanas del Carmelo Apostólico nos hace sentir en familia. Su trabajo es muy bien hecho, organizado y amoroso. Son privilegiados los niños que viven con ellas y reciben su ayuda permanente, como también lo reciben sus mamás. Ellas son un regalo de Dios para nosotros y para toda la familia del Carmelo en Colombia.
Las Carmelitas Laicas de San José son igualmente nuestras hermanas, cercanas y amorosas, trabajadoras y diligentes. Están encargadas de la acogida de las personas que llegan a la Ciudad de Dios, servicio que realizan con inmenso amor. Oran con nosotros, trabajan con nosotros, sueñan con nosotros el sueño de Dios.
Después del rosario, vamos a la capilla central donde nos encontramos con las hermanas del Carmelo Apostólico para la oración personal y para cantar las vísperas.
Un sabor especial tiene la adoración al Santísimo, en silencio, los domingos en la tarde para concluir con las vísperas cantadas en comunidad. Así también, el encuentro con Jesús eucaristía los jueves en la noche, en nuestro pequeño oratorio del Monasterio San José Obrero. La presencia de Dios se hace palpable.
Cuando se acerca la noche, cada cual nos vamos recogiendo en nuestras casas, mientras contemplamos de paso la hermosura de las luces centrales, alrededor de la plazoleta, que iluminan la ciudad de Dios y dan una sensación extraña y familiar, especialmente cuando los niños juegan alrededor de la fuente. Esa es nuestra película. Los abuelitos ya duermen profundos en paz y silencio.
Es hermoso contemplar el firmamento cuajado de estrellas, reconocer alguna que otra constelación o contemplar la luna llena cuando va apareciendo detrás de las montañas que protegen y guardan a toda la ciudad de Villa de Leyva.
Es evidente, Dios está aquí. Es una experiencia de vida, experiencia cotidiana. Nos sentimos viviendo en Nazareth con María y José, y sintiendo a Jesús en cada lugar. Vivimos en el Carmelo. La Virgen y san José cuidan las entradas de las puertas de la Ciudad de Dios y Jesús cumple su promesa de pasearse por todos los rincones.
Nos sentimos seguros con Él. Él nos protege, nos ayuda en todo y nos salva. Vivimos el presente con gran confianza y gozo en el corazón. Vivimos en Dios. En Él hemos puesto nuestra morada. Él se vino a vivir con nosotros. Estamos agradecidos mientras llevamos un hondo y profundo gozo dentro de cada uno.
Nuestra vida es una vida que transcurre en el amor de la Trinidad. Somos felices, ciertamente felices, muy felices. Nada nos falta. Todo lo tenemos, todo lo disfrutamos, todo lo agradecemos
Dios vive con nosotros.
Fr José Arcesio Escobar ocd
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